La vida de Carolina Coronado transcurre en uno de los
periodos históricos más convulsos de la historia de España: en poco menos de
100 años la política, economía y sociedad experimentaron grandes cambios
atravesando desde el Antiguo Régimen hasta la historia contemporánea.
Carolina Coronado Romero de Tejada nació, en agosto de 1821,
en el seno de una familia acomodada de Almendralejo (Badajoz),
pero de ideología progresista, lo que provocó que su padre y su abuelo fueran
perseguidos.
Tras mudarse a la
capital (Badajoz) Carolina sería educada de la forma tradicional para las niñas
de la época, pese a lo cual, ya desde pequeña mostró su interés por la
literatura, y comienza a leer cualquier género u obra que puede conseguir.
Además, se limita a aprender a escondidas el idioma del francés y a tocar el
piano y el arpa, símbolo y afán de rebeldía.
“Mis estudios
fueron todos ligeros porque nada estudié sino las ciencias del pespunte y del
bordado y del encaje extremeño, que, sin duda, es tan enredoso como el código
latino, donde no hay un punto que no ofrezca un enredo.”
Carta escrita en
1909
Por ello, ya a la temprana edad de diez años, desarrolla una
extraordinaria creatividad idónea para componer versos con un lenguaje algo
desaliñado e incluso con errores léxicos, pero espontáneo y cargado de
sentimiento, motivado por amores imposibles, entre los cuales destaca la figura
de Alberto, de quien se duda si realmente llegó a existir.
El 22 de diciembre de 1839, en el
número 262 El Piloto, periódico, una jovencísima Carolina publica el poema “ A La
Palma”. Despierta así el interés de los poetas románticos en Madrid, entre ellos el
de Espronceda quien le dedica un poema:
A CAROLINA CORONADO.
DESPUÉS DE LEÍDA SU COMPOSICIÓN
A la Palma
Dicen que
tienes trece primaveras
y eres portento de hermosura ya,
y que en tus grandes ojos reverberas
la lumbre de los astros
inmortal
Juro a tus plantas que insensato he sido
de placer en placer corriendo en pos,
cuando en el mismo valle hemos nacido,
niña gentil, para adorarnos, dos.
Torrentes brota de armonía el alma;
huyamos a los bosques a cantar;
denos la sombra tu inocente palma,
y reposo tu virgen soledad.
Mas, ¡ay!, perdona, virginal capullo,
cierra tu cáliz a mi loco amor,
que nacimos de un aura al mismo arrullo,
. para ser, yo el insecto; tú, la flor.
En 1852 Carolina contrae matrimonio con el diplomático norteamericano Horacio Perry. Para celebrar la boda hubo que salvar algunos inconvenientes, como que el novio era protestante y Carolina católica. En Gibraltar se celebró un matrimonio mixto, mientras que la boda católica se hizo en París. El 15 de enero de 1911 muere, en Madrid; Carolina Coronado, después de algunos años en los que el silencio se había convertido en su más fiel amigo y aliado. Posteriormente los restos de la poeta, junto a los de su marido, serían trasladados a Badajoz.
El feminismo de Carolina es el testimonio de una mujer
inteligente y sensible con las dificultades que vivían las mujeres en su época,
especialmente si quieren dedicarse a actividades, que no responden al papel que
la sociedad les adjudica. Esta personalidad le acarreó muchas burlas y risas
por parte de mujeres aristócratas e incluso por románticos del siglo, aunque se
sostiene que en realidad se trataba de envidia.
"Yo era una de las primeras en esta
época que se habían atrevido a escribir
haciendo en España una innovación sobre esa desusada facultad de la mujer...”
"Que entonces, en mi tierra, parecía
la sencilla poesía maléfica serpiente cuyo aliento dicen, que marchitaba a la joven, que osaba su influjo percibir sólo un momento."
De “Cantad hermosas”
Badajoz, 1845.
Ella misma
se queja, en cartas a su mentor Juan
Eugenio de Hartzenbush, de la marginación que sufre la
mujer escritora en esta época y del rechazo del que es víctima por parte de la
sociedad:
“... en esta
población tan vergonzosamente atrasada, fue un acontecimiento extraordinario el
que una mujer hiciese versos, y el que los versos se pudiesen hacer sin
maestro, los hombres los han graduado de copias y las mujeres, sin comprendedlos siquiera, me han consagrado por ellos todo el resentimiento de su
envidia.” (24 de octubre de 1840).
En este contexto, no nos
resulta difícil imaginar la multitud de escollos que Carolina tuvo que salvar.
Uno de ellos, y quizás el más importante, la escasa formación intelectual que
recibían las mujeres en la época, lo que la llevó a aprender de forma autodidacta.
Esta lucha a brazo partido, que se
vio obligada a mantener, se refleja en algunos de sus más conocidos poemas,
como es el titulado “La poetisa en un pueblo”, en el que una mujer que
hace versos es objeto de mofa y escarnio por parte de sus paisanos:
Más valía que aprendiera
a barrer que a decir coplas.
-Vamos a echarla de aquí.
-¿Cómo? -Riéndonos todas.
Y es que el término poetisa se había convertido en un estereotipo cultural. Incluso
quienes, en lugar de criticar a Carolina por hacer versos, elogian su capacidad
creativa, la están de algún modo insultando al nombrarla poetisa. Poetisa no es el femenino de poeta, no refleja la profesionalidad que se
le atribuye al poeta. Más bien
identifica la capacidad creativa con la condición de mujer. La mujer es puro
sentimiento, por tanto, todo en ella es poesía. Hacer poesía no será
considerado, como en el caso del varón.
Y lo peor de todo era que esta actitud ante las mujeres
escritoras no sólo era exclusiva de una sociedad cerrada y provinciana, como
era la de la España del XIX, sino que se daba en la misma Francia, paradigma
del avance y del progreso.
Lo paradójico de este
siglo es que, de una parte, y debido a los avances tecnológicos de la imprenta,
la creciente comercialización del libro y el aumento del público lector, a la
mujer se daba acogida por primera vez en ateneos y liceos de provincias reconociendo
así su labor de escritora. Y de otra, se la convertía en pieza
clave de la vida familiar, en “el ángel del hogar”, condenándola así a la
privacidad de la vida doméstica.
La misma Carolina, en prólogo a sus Elegías y armonías.
Rimas varias, de 1862, admite con cierta amargura que:”puede
suprimirse el nombre de una escritora en la literatura contemporánea, sin que
su mengua produzca la menor turbación en el sereno horizonte del arte, porque
las escritoras somos una exuberancia del siglo XIX.”
EL feminismo de
Carolina Coronado se trasluce, en una primera etapa, en forma casi de
manifiesto, de proclama por la libertad de la mujer. Son poemas publicados
entre 1844 y 1847 en los que la Coronado denuncia la situación de marginación
en que vivían las féminas:”EL Marido verdugo”, “La flor del agua”
“Libertad”.
El comienzo del
poema “ El marido verdugo” no precisa de comentarios:
¿Teméis de ésa que puebla las
Montañas
turba de brutos fiera el desenfreno?...
¡más feroces dañinas alimañas
la madre sociedad nutre en su seno!
Bullen, de humanas formas revestidos,
torpes vivientes entre humanos seres,
que ceban el placer de sus sentidos
en el llanto infeliz de las mujeres.
LIBERTAD
Risueños están los mozos,
gozosos están los viejos
porque dicen, compañeras,
que hay libertad para el pueblo.
Todo es la turba cantares,
los campanarios estruendo,
los balcones luminarias,
y las plazuelas festejos.
Gran novedad en las leyes,
que, os juro que no comprendo,
ocurre cuando a los hombres
en tal regocijo vemos.
Muchos bienes se preparan,
dicen los doctos al reino,
si en ello los hombres ganan
yo, por los hombres, me alegro;
Mas, por nosotras, las hembras,
ni lo aplaudo, ni lo siento,
pues aunque leyes se muden
para nosotras no hay fueros.
¡Libertad! ¿qué nos importa?
¿qué ganamos, qué tendremos?
¿Un encierro por tribuna
y una aguja por derecho?
¡Libertad! ¿de qué nos vale
si son los tiranos nuestros
no el yugo de los monarcas,
el yugo de nuestro sexo?
Pero a partir de los años 50 su feminismo entra en notable
retroceso o, al menos, adquiere un matiz algo discutible. Sigue defendiendo a
la mujer que se diferencia del resto por su afición a las actividades
intelectuales, pero mantiene que estas actividades en modo alguno deben
apartarla de sus compromisos domésticos, que en todo caso han de ser su
objetivo primordial. La instrucción en la mujer ha de servir para añadir una
nota de color a sus responsabilidades familiares.
La justificación a este cambio ideológico se encuentra en el hecho de haberse
convertido en esposa y, sobre todo, en madre. Algo que la misma Carolina
anuncia en el prólogo de “La Sigea ”(1857):
“… porque antes para escribir me inspiraba audacia el saber
que sólo el público indiferente había de leer mis escritos; pero ahora me
acobarda la idea de que más tarde haya de leerlos mi hija. “
De modo que, ante su nueva situación de esposa, madre y
escritora, opta por una solución reconciliadora: la de escribir limitando el
número de sus publicaciones. Se doblega de algún modo a las exigencias de la
sociedad, circunscribiendo su escritura al ámbito de lo privado, el verdadero
reino de la mujer decimonónica, pero no ceja en su principal empeño: el de
escribir. Abandona el ímpetu romántico que alentara sus primeras composiciones,
pero se resiste a permanecer en silencio.